Lorenzo era... Lorenzo es... Lorenzo Lorenzo. Lorenzo es lo que Lorenza cree que le falta para ser un ser humano completo. Lorenzo es Lorenza, es todos sus reproches, sus deseos y sus aspiraciones. Lorenzo es una idea, una vision y a veces un hombre concreto que debe padecer las ideas descabelladas de Lorenza sobre el mundo. La mayor parte del tiempo, Lorenza llora por su Lorenzo, y la otra llora porque su Lorenzo no es lo que ella quisiera. Entonces entra la figura de Juan. Otro hombre imaginario. Que viene a compensar la de Lorenzo que también lo es, pero que está más cerca de la utopía hospitalaria. Juan es hipotético, es real en un futuro, es inalcanzable. Pareciera que es necesaria una remodelación completa en la arquitectura psicológica de Lorenza para que la aparición de Juan en su vida sea tangible, duradera.

La historia de Lorenzita: blablabla

Lorenza escapó. Les digo que realmente escapó. Se fue al país donde todo es helado. ¿Me creen? Todo es helado. De frutilla, de sambayón, de menta. Pero en serio les digo que Lorenza se fue, se escapó. No se cómo hizo pero finalmente lo logró, un día en que no encajaba nada, y el sistema, y el huevo y la gallina, y la espiral hacia el llanto. No me crean si quieren, pero creanme. Lorenza logró lo que la mujer que escribió el libro el secreto estaría asombrada de escuchar. Su antena humana atrajo tanta bondad, tanto lo que deseaba, que terminó vagando por el país hecho de helados. Y ahora se hace agua mi relato con la pregunta: cómo hizo para no congelarse, o para no asquearse, o para no pegotearse. Pero necesito que me crean que Lorenza por fin salió. Salió de la espiral tobogánica hacia el llanto y se puso a bordar, o a cantar a la gorra en la playa, o a hacer cualquier cosa pero irradiando, iluminada por la insistencia de su columna vertebral encendida. De sus células en combustión. No importaba si afuera llovía, hacía calor, o llegaban en masa con palos y puntas. Lorenza a su ritmo, tomaba el aguita que la mantenía viva. No esperaba nada tampoco. Estaba como un Buda anárquico en una danza macabra hacia la transformación imperceptible. Tampoco le importaba lo que dijeran de su no le importaba. No pensaba lo que no pensaba. Que dichosa osa, ella que antes era tan vaso y tan plato, feliz y sonriente entre sus niños huérfanos. Hoy se transformaba en nada distinto. Hoy dejaba sus pesadas orejas de elefante para para. Para. Que despelote... por eso se escapaba.

La historia de Lorenzita: MOnsters Inst.

Uno de los tantos trabajos que tuvo Lorenza, fue como pasante en un criadero de monstruos. Su título de bachiller la habilitaba para algunas tareas en la institución y así fue como la contrataron para plancharles y doblarles la ropita. No me van a creer. Los progenitores de las larvas de monstruos los traen apenas fecundados en cajitas con agua. Las nanas de nivel inicial se encargan de darles una vez al día una gotita de caldo de cartón. A veces se olvidan entre café y café, pero no importa porque igual el cartón no les sirve para nada. A los dos años asoman sus horribles manos, babosas; sus orejas puntudas y las paletas que tienen por dientes fuera de la cajita y se empiezan a mover como ratas por los pasillos. Pasan al cuidado de las nanas del siguiente nivel quienes les preparan comidas más suculentas. Aveces les dan de más, pero no importa porque igual se van a convertir en monstruos. Lo importante pasa cuando les crecen los dientes, los cuernos, las crestas, y empieza la rigurosa enseñanza de cómo destruir todo lo que encuentren a su paso. Aquí un interesante dato: ningún criador había salido alguna vez del recinto; preparaban a los monstruitos para enfrentar un mundo que no conocían pero que suponían que necesitaba seres poderosamente afilados y arrolladores. Y así bien rebosaditos los catapultaban después de su graduación de la pirca para afuera. Lorenza, que sí había estado afuera, digamos que había olido alguna vez el pasto en primavera, no entendía el funcionamiento del criadero, y no tardó en renunciar a su puesto para dedicarse a comer, rezar, amar y hacer duendecitos de porcelana fría. Ya no percibiría la cantidad de dinero que planchar y doblar le proporcionaba, pero nunca había hecho muy buen uso de ella. Se la comía. Pasados varios meses empezó a dudar de la verdadera existencia de ese monstruoso lugar y se alegró de convencerse que lo había imaginado todo. Fue una ensalada con mucho ajo que la tuvo de mal humor por varios días y la hizo creer que existían lugares donde se monstruifica gente a granel. ¡Felicidades monstruitos hermosos! ¡Dondequiera que estén!

Capítulo 41: la vieja amiga

De pronto una noche volvió. ¿Quien es? Soy yo. Se habían conocido en la secundaria, cursaron un año juntas del bachillerato en ciencias de la ecología astrológica, sin prestarse mucha atención. La frenó a Lorenza en el medio de una vereda y le dijo: - Mirá Lorenza, yo se que la gente que te conoce tiene vergüenza de decirte esto, pero yo no tengo pelos en la lengua. Lorenza la miró con su carita de boba. La tenía bien ensayada para cuando le preguntaran si ya estaba leyendo el libro de 567 páginas para su curso de grabado. - Sos una mujer ENORME Lorenza hizo plim plim con los ojitos. - Gracias :) - No Lorenza, sos enorme, no pasás por las puertas. Lorenza se hechó una mirada hasta donde llegaba su cuello. - Pero yo soy hermosa... dijo tímidamente - ¡Claro que sos hermosa! Pero hacete cargo, las mujeres enormes tienen la tarea de sostener un pedacito de verdad único (se acercó para hablar más bajito) su sola existencia es una revolución. (Ahora subió mucho el volúmen) Y no me vengas con que tenés que hacer esto y aquello para perfeccionar tu vida. Entrenarte día y noche para ser una excelente escultora de piedras pómez, y así por fin revindicar tu figura. Dejá de pedir disculpas por existir, caramba. Y se alejó, dejando a Lorenza en una profunda reflexión que la tuvo preocupada por la siguiente hora............... ¿Cómo se llamaba esa chica? Al mes siguiente recibió una carta de Franca (así se llamaba). Cortita. Decía: Tranquilos como en un partido que va cinco a cero, los que nos parecemos un poquito en la nariz o la oreja a alguna estrella de cine pensamos "Ahhh que alivio, tengo tantas chances en este mundo acogedor". Deberíamos (y acá la carta estaba manchada con café).

La historia de Lorenzita: Lisa, la de la obra de arte-sanía

Lorenza estiró la mano y sacó del cajón de su mesita de luz, un paquete de maní. Eran las cuatro de la mañana y estaba desvelada. Había soñado con los típicos viajes, había tenido los típicos sueños representantes de sus miedos más idiotas. Y ahora no podía pegar un ojo. No se podía levantar. No podía dormir, tenía hambre, hambre; no podía pensar, desde el interior de su panza algo rugía y vociferaba rogando ser saciado. ¿sexo? ¿compañía? ¿realización personal? las preguntas le daban más hambre. Maní, maní, el maní era lo único que parecía brindarle alguna respuesta. Su día había consistido en una pequeña caminata, un rato de lectura, un almuerzo decente, un rato de limpieza, un rato de ejercitación acrobática, todo intercalado por ratos de mirada fija en una pantalla y tipeo frenético. Algo le faltaba, carajo. Algo le faltaba, y a esto venía a colación el maní. El problema fue cuando la bolsita del preciado fruto seco se acabó, y el edificio de preguntas existenciales cayó sobre su cabeza, junto con algunas dudas acerca del rumbo de su vida, su actitud frente a otros, sus elecciones, su pasado y su futuro. Todo caía a pedazos, en cámara lenta y Lorenza deseaba tener un tele en el que colgar su cabeza por un rato. Pero no tenía tele, así que se quedó ahí, junto a la bolsa vacía de maní, y al abismo que se abría frente a ella que significaba su propia vida. Nada, mirando. Observando. No tenía ganas ni siquiera de enderezar la espalda. Parecía un monito. Oh... que lindo un monito, que lindo sería ser un monito. Y comer piojitos, y tener monitos, y no tener que pensar en cómo ganar dinero el mes que viene. Esa pregunta le pesaba como una pelopincho llena de yogurt. ¿Cómo lo lograron nuestros progenitores? ¿Cómo no perecieron en el intento? de angustia, de desesperación, de aburrimiento??!! ¿cómo sobrevivir en el mundo, hoy? se preguntaba. Cómo sobrevivir si solo soy un monito de circo... Me encanta ser un monito de circo, me gusta serlo, lo soy con tranquilidad y aplomo, con mis pelos de mono, mis ojos de mono, mis manos de mono, mi sonrisa de mono, mi inocencia de mono. Soy felíz. Pero no me siento capaz de sobrevivir en un mundo donde se me pide vestirme de seda. Y bailar, por la plata. Lorenza comió un piojito del lomo de su mono, tomó su mano, la envolvió en las suyas, se acurrucó a su lado, y se durmió. Mona.

Un barco a vapor

Lorenza largó el zarpazo. Zarpó en un barco con balcón y escaleritas. Y ahí estaba, agarrada a la baranda de la proa, cerquita del centro y del piso, tenía miedo de caerse, y el barco se movía, y ella no se atrevía a levantar los ojos. Iba ya a una velocidad considerable; se notaba por el viento que le masajeaba la espalda. Lorenza se resiste a mirar. Sabe que el timón le pertenece, que no hay nadie más en las habitaciones de adentro más que sus juguetones o disciplinados fantasmas. Momento... sí hay gente adentro. Gateando, con la cabeza zumbante y el estómago revuelto, se acercó hasta la puertita que conducía al interior.

La historia de Lorenzita: la Cima de la Montaña

Lorenza había llegado a la cima de una montaña. Era Una montaña pequeña. Una loma. Una lomada. Y miraba el mundo con sus lentecitos de lenteja. Porque tiene mucho hierro, claro, y son buenas para la circulación. A Lorenza siempre le había gustado todo lo que tuviera que ver con las verduras, así que la llegada a esa cima tenía mucho sentido. Se sentía bien. Circulaban y circulaban las ideas en su mente. Despacito, tranquilas. Embotelladas, atascadas, cortadas, hambrientas, tan hambrientas, explosivas, cortantes, filosas. Se mecía, se hamacaba sobre sus dos piecitos. Sobre su gran cola de pez. Sobre su gran cola. Redonda. Borracha. Alegre. Medio que se hacía la borracha. Se me hace que le venía tan a gusto estar así. Y miraba también. Desde lo Alto de la Lomada. Unos años para adelante. Unos años para atrás. Y se reía. Y sonreía. Y le caía la baba. Y el solcito le lamía las orejas. Y ahí en la cima de la lomita, deseaba con gran longitud y extensión llegar más alto. Transportada por un rayo de sol. Estrellada por un beso divino. Meciéndose de cara al vientito de la mañana. La cabeza apoltronada entre los hombros. Las manitos colgando entre las piernas. Había agua a los lados. Había humedad colgando de adentro. Los hongos de siempre, conquistadores atentos de espacios descuidados. Juguetones. Se la veía fundida, tan distinta, tan igual que siempre. Sin embargo en algún punto, gota a gota, en algún sorbo de té, en alguna hoja de algo, su cantito monocorde o de segundas menores o de virtuosa nada, había sido escuchado, comprendido y respondido. Gracias gracias gracias gracias.